Así
abría, en 1954, John Kenneth Galbraith su libro The Great Crash 1929.
La misma frase podría utilizarse para el 2008. En 1929 el índice
industrial de la Bolsa de Nueva York (Times) bajó un 32,3%. En 2008 no
sólo el Dow Jones ha perdido un 36,0%, sino que todas las principales
Bolsas del mundo han superado las pérdidas bursátiles del 29 (el Ibex35
-39,4%, y el récord es Rusia -67,8%).
Pero como señala Galbraith lo que distingue el crash del 29 es que la crisis no se acabó con el crash. A pesar de las palabras alentadoras del presidente Hoover ("Hemos pasado lo peor y con continuado esfuerzo y unidad nos recuperaremos rápidamente", decía en mayo de 1930), del 1929 al 1933 en Estados Unidos el empleo se redujo cerca de un 25% y el output de un 30%. El crash no fue una anticipación de esta fuerte recesión (el propio índice Times bajó un 74,1%, de noviembre de 1929 a julio de 1932). Mas bien al contrario, el crash fue un factor determinante -difícil de cuantificar- de dicha recesión. Entonces -y, desgraciadamente, parece que ahora también.
Estamos sufriendo nuevamente una crisis parecida a la de 1929. La actual crisis es grave, y ciertamente empeorará. En previas columnas, hemos pronosticado condiciones económicas muy duras durante los próximos trimestres, a medida que se reduzca el consumo.
Insistimos: habrá dolorosas dificultades en el futuro. Pero también creemos que cuando el dolor se atenúe, y lo hará, la economía global será más vigorosa y firme que nunca antes. Sólo tenemos que llegar hasta allí. Y lo importante es dejar de estar obsesionado con este miedo a la crisis.
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